En
el mundo en el que vivo no es sencillo ser un ángel, en medio de tanta maldad,
no es algo coherente que alguien como yo se compadezca, mi nombre es Rafael y
soy un ángel, tengo el don de leer la mente, vivo en un mundo rodeado de
oscuridad, pero yo soy signo de luz, yo soy bueno, yo soy tu protector…
Me
hallaba sentado cerca al castillo,
cuando escuche un grito cercano, que provenía del bosque, era el grito de
Anabel, una ángel caída, no entendía que era lo que ocurría, solo que tal vez
ella se encontraba en peligro. Salí volando en su dirección, -yo sabía que un
ángel no puede tener ningún tipo de contacto con los ángeles caídos, pero en
ese momento no me importo, solo pude llegar a la orilla del bosque ya que allí
los arboles eran muy tupidos, descendí y empecé a correr siguiendo el sonido de
su grito, el cual de un momento a otro se apagó. Me detuve en seco, de
inmediato empecé a escuchar sus pensamientos
al mismo tiempo que su voz.
-Por
favor, no me hagas daño –suplicaba, tanto en su mente como en voz alta- no he
hecho nada, ¿por qué me lastimas? –veía en su mente todo lo que estaba pasando,
ella solo paseaba por el bosque en
cuanto uno de los nuestros, Joaquín, un ángel como yo, la detuvo y la arrincono
contra un árbol, cubriendo toda posible salida de escape con sus alas, la
gritaba, le decía, sandeces, la juzgaba por ser un ángel caído.
En
ese instante ya estaba lo bastante cerca de ellos, y los vi, veía a Joaquín
cubriéndola con sus alas y ella intentaba zafarse del agarre de sus manos, las
cuales la sujetaban con fuerza la parte superior de sus brazos. Me acerque a su
espalda, presione su hombro derecho con tal fuerza que emitió un pequeño
alarido de dolor, soltó a Anabel y se dio la vuelta para enfrentarme, yo lo
mire con furia.
-¿Qué
es lo que haces?- rete
-Nada
que te importe, Rafael, vete.- dijo enfadado.
-No
lo hare, -gruñí, estaba furioso ¿cómo era que un ángel hacia esto?
Use
mi don con sentido invertido, causándole a Joaquín una fuerte jaqueca que lo
dejo jadeando en el piso, aproveche el momento y rodee con gran velocidad su
cuerpo hasta llegar a su espalda donde se encontraba Anabel tendida en el piso,
en estado de shock, pase mis brazos uno bajo su cuello y otro por la parte
posterior de la pierna, y corrí en dirección al castillo, sentía como me seguía
de cerca, pero no tanto como para lograr alcanzarme.
Llegue
al castillo, jadeando por el esfuerzo, no era fácil correr con un peso
extra sobre mis brazos, Anabel aun no
reaccionaba. Entre y allí encontré a Uriel al cual le conté lo ocurrido, me dio
el permiso de llevar a Anabel a una habitación para que se recuperara del
impacto de la situación, tendí su cuerpo sobre la cama y me senté en una silla
cercana a esta, para cuidarla de cerca, sus pensamientos vagaban entre el dolor
y la duda, no sé por qué razón lo hice,
pero lo siguiente que percibí, fue mis manos sosteniendo las suyas entre ellas,
el calor de su cuerpo me inundo, me sentí…completo. No escuchaba nada más que
sus pensamientos, ahora en paz, descansando del fuerte impacto del ataque de
Joaquín y el palpitar de su hermoso corazón.
Una
hora después de mi llegada, Uriel interrumpió en la habitación y me conto la
decisión que se había tomado, a Joaquín le habían quitado sus alas, para
convertirlo en un ángel caído, ya que un buen ángel jamás hubiese hecho lo que él
le hizo a Anabel.
Aproveche
el momento de paz y alivio que me había causado la decisión tomada y le conté
a Uriel que al haber entrado por un
tiempo en la mente de Anabel, había llegado a la conclusión de que ella no era
mala, y que sus alas se las habían quitado por culpa de Joaquín, ella jamás lo
había dicho porque este la mantenía amenazada, Joaquín la agredía
constantemente para que ella no dijera nada.
Uriel
descendió la cabeza, mirando nuestras
manos, aun sujetas, ella ahora estaba consiente pero no las había soltado,
había escuchado todo y confiaba en mí. Uriel se retiró para pensar en lo que le
había dicho, a los pocos minutos regreso
con una hermosa caja decorada con preciosas cintas de colores que le hacían
juego, se la tendió a Anabel, la cual la
recibió con la mano libre.
-¿Qué
es?- preguntó algo inquieta, y oprimió mi mano, aun alrededor de la suya.
-
Ábrela- le dijo Uriel en tono amable- Confía en mí. -En su mente vi que era lo
que Uriel había metido en la caja, solté la mano de Anabel y me aleje de ella,
de inmediato ella me miro con el pánico impreso en sus ojos y pensamientos.
-Ábrela,
te gustara lo que hay dentro- le dije para tranquilizarla.
Ella se incorporó y abrió la caja, de ella broto
una luz brillante que la rodeo y de la
parte superior de su espalda brotaron dos hermosas alas, totalmente blancas.
Ella sonrió y empezó a dar vueltas de pura alegría, se acercó a mí en medio de
salticos y me dio un pequeño, pero tierno beso sobre los labios.
Desde
ese momento permanecimos juntos y jamás nos hemos separado.