martes, 20 de noviembre de 2012

Como verdaderos Ángeles




En el mundo en el que vivo no es sencillo ser un ángel, en medio de tanta maldad, no es algo coherente que alguien como yo se compadezca, mi nombre es Rafael y soy un ángel, tengo el don de leer la mente, vivo en un mundo rodeado de oscuridad, pero yo soy signo de luz, yo soy bueno, yo soy tu protector…
Me hallaba  sentado cerca al castillo, cuando escuche un grito cercano, que provenía del bosque, era el grito de Anabel, una ángel caída, no entendía que era lo que ocurría, solo que tal vez ella se encontraba en peligro. Salí volando en su dirección, -yo sabía que un ángel no puede tener ningún tipo de contacto con los ángeles caídos, pero en ese momento no me importo, solo pude llegar a la orilla del bosque ya que allí los arboles eran muy tupidos, descendí y empecé a correr siguiendo el sonido de su grito, el cual de un momento a otro se apagó. Me detuve en seco, de inmediato empecé a  escuchar sus pensamientos al mismo tiempo que su voz.
-Por favor, no me hagas daño –suplicaba, tanto en su mente como en voz alta- no he hecho nada, ¿por qué me lastimas? –veía en su mente todo lo que estaba pasando, ella solo paseaba por el bosque  en cuanto uno de los nuestros, Joaquín, un ángel como yo, la detuvo y la arrincono contra un árbol, cubriendo toda posible salida de escape con sus alas, la gritaba, le decía, sandeces, la juzgaba por ser un ángel caído.
En ese instante ya estaba lo bastante cerca de ellos, y los vi, veía a Joaquín cubriéndola con sus alas y ella intentaba zafarse del agarre de sus manos, las cuales la sujetaban con fuerza la parte superior de sus brazos. Me acerque a su espalda, presione su hombro derecho con tal fuerza que emitió un pequeño alarido de dolor, soltó a Anabel y se dio la vuelta para enfrentarme, yo lo mire con furia.
-¿Qué es lo que haces?- rete
-Nada que te importe, Rafael, vete.- dijo enfadado.
-No lo hare, -gruñí, estaba furioso ¿cómo era que un ángel hacia esto?
Use mi don con sentido invertido, causándole a Joaquín una fuerte jaqueca que lo dejo jadeando en el piso, aproveche el momento y rodee con gran velocidad su cuerpo hasta llegar a su espalda donde se encontraba Anabel tendida en el piso, en estado de shock, pase mis brazos uno bajo su cuello y otro por la parte posterior de la pierna, y corrí en dirección al castillo, sentía como me seguía de cerca, pero no tanto como para lograr alcanzarme.
Llegue al castillo, jadeando por el esfuerzo, no era fácil correr con un peso extra  sobre mis brazos, Anabel aun no reaccionaba. Entre y allí encontré a Uriel al cual le conté lo ocurrido, me dio el permiso de llevar a Anabel a una habitación para que se recuperara del impacto de la situación, tendí su cuerpo sobre la cama y me senté en una silla cercana a esta, para cuidarla de cerca, sus pensamientos vagaban entre el dolor y la duda, no sé por qué razón  lo hice, pero lo siguiente que percibí, fue mis manos sosteniendo las suyas entre ellas, el calor de su cuerpo me inundo, me sentí…completo. No escuchaba nada más que sus pensamientos, ahora en paz, descansando del fuerte impacto del ataque de Joaquín y el palpitar de su hermoso corazón.
Una hora después de mi llegada, Uriel interrumpió en la habitación y me conto la decisión que se había tomado, a Joaquín le habían quitado sus alas, para convertirlo en un ángel caído, ya que un buen ángel jamás hubiese hecho lo que él le hizo a  Anabel.
Aproveche el momento de paz y alivio que me había causado la decisión tomada y le conté a  Uriel que al haber entrado por un tiempo en la mente de Anabel, había llegado a la conclusión de que ella no era mala, y que sus alas se las habían quitado por culpa de Joaquín, ella jamás lo había dicho porque este la mantenía amenazada, Joaquín la agredía constantemente para que ella no dijera nada.
Uriel descendió la  cabeza, mirando nuestras manos, aun sujetas, ella ahora estaba consiente pero no las había soltado, había escuchado todo y confiaba en mí. Uriel se retiró para pensar en lo que le había dicho, a los pocos  minutos regreso con una hermosa caja decorada con preciosas cintas de colores que le hacían juego, se la tendió a  Anabel, la cual la recibió con la mano libre.
-¿Qué es?- preguntó algo inquieta, y oprimió mi mano, aun alrededor de la suya.
- Ábrela- le dijo Uriel en tono amable- Confía en mí. -En su mente vi que era lo que Uriel había metido en la caja, solté la mano de Anabel y me aleje de ella, de inmediato ella me miro con el pánico impreso en sus  ojos y pensamientos.
-Ábrela, te gustara lo que hay dentro- le dije para tranquilizarla.
Ella  se incorporó y abrió la caja, de ella broto una  luz brillante que la rodeo y de la parte superior de su espalda brotaron dos hermosas alas, totalmente blancas. Ella sonrió y empezó a dar vueltas de pura alegría, se acercó a mí en medio de salticos y me dio un pequeño, pero tierno beso sobre los labios.
Desde ese momento permanecimos juntos y jamás nos hemos separado.

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